Cuántas situaciones podría percibir en días como estos. Mas con los ojos cerrados y el corazón helado, ¿qué sentimientos se ahondan? Sentir nada, ni el propio frío. Ni la felicidad de mayo, ni el frío de este agosto que llega pronto. Hoy y la incertidumbre de vivir a ciegas.
Tras palabras de infinito número, desconfianza, risas, mañanas soleadas y tardes sin respiro cómodo, almohadas y el cubrecama… cuatro meses transcurrieron como una vida: rápido y sin conocimiento del mañana. Cuatro meses para adaptarse. A veces me pregunto si hemos llegado hasta aquí por nuestra adaptabilidad o casualmente aún no ha llegado la roca que nos hunda en tinieblas.
Días de suerte que se escabulleron, niebla que cubre hasta los pies y la prisa de encontrar algo nuevo. Todo estático hasta hoy, stop, todo se detiene aquí, y afuera el mundo camina tan rápido, ida y vuelta sin detenerse… Los muebles no dicen nada, la quietud los elimina. Aquí todo está congelado, estático, muerto, sin aliento y sin espíritu.
Ni rojo, ni verde, ni amarillo... nada que modifique este negro azul...
Mas la vida continúa y no puedo dejar enfriarse a este rojo centro de mi alma, es hogar de cálida compañía y gran ansia de volar. Con mi aliento vuelve su calor y con palabras tal vez de recuerdos, de futuro a veces, de ayer que vuelve, de hoy que siempre estuvo.
No te* preocupes, que si el azul invade es porque permito que lo haga para encontrar paz. Sin embargo, la paz que me convierte en el oso invernal.
Morir nunca, trascender siempre… en ese “cielo más allá de este mundo”*.
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