Un viejo gallo dormido sobre la rama seca con el pico oro fino escondido tras las alas. El fiel perro reposando sus sentidos sobre la empolvada alfombra. El sillón clavado en su costumbre de calentarse cerca del fuego de la chimenea. El libro abierto justo en la mitad con el lomo desgastado sobre la mesa y cerca los lentes rotos. La ventana cerrada atrapando el calor y el viento golpeando la puerta. Las escaleras a media sala, amplias y blancas. La tranquilidad del café y el vapor ondulante. La lluvia arrullando. El florero y las flores. La casa y el dueño. La paz de la vida de un hombre que colgó los vestuarios y máscaras de la teatralidad y se resignó a escribir su propio libreto.
¿Quién imaginas que está tras estas letras?
Cuando niños en el patio jugando a “ser grandes”. Que era hermoso “jugar” porque cuando grandes a veces se vuelve amargo. Mientras en el puente nos dimos cuenta que añoramos “jugar” porque todo era fácil entonces y los grandes conflictos se solucionaban con un simple juego de manos.
El costo de oportunidad de ganar el “premio de ser grandes” nos abruma de responsabilidades y decisiones sobre conflictos que incluso se juegan la vida de otros.